martes, 21 de junio de 2011

Rendez-vous virtuales, rendez-vous reales

Qué tal,

En agosto de 2008 Alfredo Pastor nos obsequiaba con un análisis de las medidas que en Consejo extraordinario acababa de adoptar el gobierno. La opinión del profesor de IESE era en líneas generales, y con matices, bastante positiva, y sin embargo cerraba el artículo aseverando que ni las medidas cambiarían el curso de la crisis ni, como decían algunos, la iban a agravar. Entonces, ¿para qué sirve una reunión extraordinaria de ese tipo en pleno agosto?
John Kenneth Galbraith, el desaparecido economista americano, arroja algo de luz sobre el asunto en su Crac del ‘29 (obra que desde que apareció en 1955 se ha continuado vendiendo ininterrumpidamente, ya que, como explica el autor, cada vez que ha estado a punto de ser descatalogada, un nuevo episodio especulativo ha hecho acto de presencia, estimulando así el interés por aquellos hechos). Dice Galbraith acerca del Crac que hay reuniones de alto nivel que se celebraban no para realizar alguna actividad sino para no realizar ninguna en absoluto; simplemente para dar la impresión de que se está haciendo algo. Al parecer Herbert Hoover, presidente americano a la sazón, fue pionero en este tipo de rendez-vous virtuales. No es que las reuniones que convocaba fuesen un sustitutivo de la acción, es que eran la acción misma. ¿En qué sentido? La reunión era la acción, la medida en sí misma que servía para infundir confianza entre la población. Y es que, como apunta Galbraith, “en una democracia auténtica y eficiente es indispensable algún que otro artilugio para simular que se hace algo cuando la acción es imposible”.
Pero en la actual crisis, atrás quedan los días en que los políticos se reunían con el exclusivo fin de hacerse la foto. El problema viene cuando los mercados, garrote en ristre, te apremian a tomar decisiones. De ahí que los mandatarios europeos se encuentren en una encrucijada poco envidiable y no hayan dado con la manera de ponerse de acuerdo el pasado fin de semana. Estos últimos días los opinadores han estado dándole vueltas al asunto. Para algunos analistas la probabilidad de que Grecia entre en suspensión de pagos en el corto plazo es prácticamente nula, mientras que en el medio-largo plazo es prácticamente una certeza. El jueves pasado, desde el Economist nos recordaban que las medidas de austeridad darán al traste con el crecimiento del país. Además, a falta de devaluación de la moneda, una rebaja de sueldos y precios tendría que ser la opción que permitiera mejorar la competitividad para poder vender en el extranjero. Pero esto es un pez que se muerde la cola: sin crecimiento y con rebaja de salarios ¿cómo se devuelve la deuda?
No se devuelve. La clave nos la da este fin de semana Wolfgang Münchau, columnista del Financial Times, muy crítico con la viabilidad de la unión monetaria. Lo que tendrían que hacer los griegos, desde el punto de vista racional es seguir tomando prestado (a pesar de que las condiciones para ello sean más recortes de gasto) hasta poner su casa en orden. Es decir, que se traguen las medidas de austeridad hasta llegar al equilibrio fiscal primario (cuando el gasto se iguala a los ingresos antes de pagar los intereses de la deuda) y entonces, y solo entonces, entrar en suspensión de pagos. De todo ello se inferiría que la Unión Europea está haciendo el panoli dejándole dinero a alguien sabedor de que no lo van a poder devolver. ¿Acaso son idiotas los políticos europeos? No, pero seguramente el dilema con el que están bregando es ¿qué es peor el remedio o la enfermedad? ¿Mantener la unidad monetaria o dejar que se desmorone junto con el sistema financiero?

Feliz Semana,

Òscar Ramírez

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